Las
Malas Intenciones, primera película de la directora peruana Rosario García
Montero, es un aire fresco en la filmografía nacional, llena de lugares comunes
y que rara vez se arriesga con argumentos diferentes, como los de esta cinta.
El
film nos cuenta la historia de Cayetana de los Heros, una niña que vive en una
familia adinerada y disfuncional, que está a punto de tener un hermano; y toda
la crisis personal que vive tras esa situación.
Se agradece que, si bien se toca el tema del terrorismo, este sea solo
un trasfondo en el que se mueven los personajes, y no se escarbe en una
situación tocada hasta el hartazgo. Hasta ahí, si bien la trama no descubre una
nueva forma de hacer cine (películas de familias problemáticas y niños problema
hay muchas), puede decirse que en su desarrollo es satisfactoria. Bien argumentado todo.
El
guión, escrito por la misma García Montero, tiene un par de agujeros y puntos
sueltos, pero que no entorpecen la evolución de la película: ¿Por qué Cayetana
está obsesionada con los héroes? , ¿Qué sucede con algunos personajes
secundarios como Jimena?, y el final, que para muchos es repentino y cortante.
Salto a rescatar esa escena final, con la protagonista gritando hacia la calle
que no es invisible, viéndolo como un gesto liberador, un último reclamo de
independencia en un mundo donde ella se ve completamente dependiente a
terceros.
Los
planos y ángulos recuerdan (o me recuerdan, en todo caso) al cine independiente
norteamericano hecho en la última década.
Predominan siempre los personajes, sus expresiones, sus gestos. La
cámara se alimenta de ellos, y los usa para explicarle a la audiencia
situaciones y posicionarlos en el contexto. Los primeros planos en Cayetana
muestran una soledad, un encierro personal, incluso cuando comparte escena con
algún otro personaje, sintiéndolos fuera de foco, alejas de la perspectiva.
Hay
un detalle en la fotografía e iluminación de la cinta que me gusto, que es este
manejo de la paleta de color. Hay siempre un filtro entre celeste y gris, la
fuerza de esos colores podría ser intrascendente, pero ayuda mucho a crear esa
atmosfera triste y emocional bajo la que se mueve todo. David Fincher hace algo
parecido buscando el mismo efecto, con el color marrón, en películas como Seven
o Social Network. Fuera de eso, predominan las escenas poco iluminadas, salvo
las tomas en exteriores, con la finalidad de marcar esos aspectos de soledad de
la mayoría de personajes.
El
elenco probablemente sea el punto más bajo, sin llegar a ser malo. No veo en
Fátima Buntix (Cayetana), Katerine D’onofrio (Inés, la madre) o Paul Vega (el
padrastro) actuaciones flojas, nada parecido. Veo actuaciones correctas y
punto, ninguno destaca o alcanza una profundidad apreciable, no hay una
intensidad dramática que permita al espectador llevarse un gran recuerdo a lo
que corresponde a los actores. Hay un cameo interesante de Gonzalo Torres (probablemente al que mejor le ha ido
en lo que corresponde a actuación y medios de los chicos del elenco de
Pataclaun), como profesor de historia; y una participación de Jean Paul Strauss
que, a pesar de abusar del estereotipo de padre irresponsable (si fuese una
película americana, el padre no iría a los juegos de beisbol de su hijo y todo
eso), es aceptable.
Llama
la atención del soundtrack que la mayoría de temas, como “La Catalina” y “La
Negrita”, sean interpretados por la misma directora, pistas bien hechas y
agradables, realizadas exclusivamente para la película. Se agradece que no le
pidieran a Strauss participar como cantante, por cierto.
En
resumen, estamos ante una película que cumple, por lo menos, mis expectativas.
Que se aleja del típico melodrama chicha que tanto abunda en la realización
local, que se esfuerza en armar una historia que podría competir fácilmente con
lo que hace en Argentina o Brasil, grandes potencias del cine latinoamericano.
Y a la que una nominación al Oscar no le caería mal. Nada mal.
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