martes, 23 de octubre de 2012

Las Malas Intenciones





Las Malas Intenciones, primera película de la directora peruana Rosario García Montero, es un aire fresco en la filmografía nacional, llena de lugares comunes y que rara vez se arriesga con argumentos diferentes, como los de esta cinta.  

El film nos cuenta la historia de Cayetana de los Heros, una niña que vive en una familia adinerada y disfuncional, que está a punto de tener un hermano; y toda la crisis personal que vive tras esa situación.  Se agradece que, si bien se toca el tema del terrorismo, este sea solo un trasfondo en el que se mueven los personajes, y no se escarbe en una situación tocada hasta el hartazgo. Hasta ahí, si bien la trama no descubre una nueva forma de hacer cine (películas de familias problemáticas y niños problema hay muchas), puede decirse que en su desarrollo es satisfactoria.  Bien argumentado todo.

El guión, escrito por la misma García Montero, tiene un par de agujeros y puntos sueltos, pero que no entorpecen la evolución de la película: ¿Por qué Cayetana está obsesionada con los héroes? , ¿Qué sucede con algunos personajes secundarios como Jimena?, y el final, que para muchos es repentino y cortante. Salto a rescatar esa escena final, con la protagonista gritando hacia la calle que no es invisible, viéndolo como un gesto liberador, un último reclamo de independencia en un mundo donde ella se ve completamente dependiente a terceros.

Los planos y ángulos recuerdan (o me recuerdan, en todo caso) al cine independiente norteamericano hecho en la última década.  Predominan siempre los personajes, sus expresiones, sus gestos. La cámara se alimenta de ellos, y los usa para explicarle a la audiencia situaciones y posicionarlos en el contexto. Los primeros planos en Cayetana muestran una soledad, un encierro personal, incluso cuando comparte escena con algún otro personaje, sintiéndolos fuera de foco, alejas de la perspectiva.

Hay un detalle en la fotografía e iluminación de la cinta que me gusto, que es este manejo de la paleta de color. Hay siempre un filtro entre celeste y gris, la fuerza de esos colores podría ser intrascendente, pero ayuda mucho a crear esa atmosfera triste y emocional bajo la que se mueve todo. David Fincher hace algo parecido buscando el mismo efecto, con el color marrón, en películas como Seven o Social Network. Fuera de eso, predominan las escenas poco iluminadas, salvo las tomas en exteriores, con la finalidad de marcar esos aspectos de soledad de la mayoría de personajes.

El elenco probablemente sea el punto más bajo, sin llegar a ser malo. No veo en Fátima Buntix (Cayetana), Katerine D’onofrio (Inés, la madre) o Paul Vega (el padrastro) actuaciones flojas, nada parecido. Veo actuaciones correctas y punto, ninguno destaca o alcanza una profundidad apreciable, no hay una intensidad dramática que permita al espectador llevarse un gran recuerdo a lo que corresponde a los actores. Hay un cameo interesante de Gonzalo  Torres (probablemente al que mejor le ha ido en lo que corresponde a actuación y medios de los chicos del elenco de Pataclaun), como profesor de historia; y una participación de Jean Paul Strauss que, a pesar de abusar del estereotipo de padre irresponsable (si fuese una película americana, el padre no iría a los juegos de beisbol de su hijo y todo eso), es aceptable.

Llama la atención del soundtrack que la mayoría de temas, como “La Catalina” y “La Negrita”, sean interpretados por la misma directora, pistas bien hechas y agradables, realizadas exclusivamente para la película. Se agradece que no le pidieran a Strauss participar como cantante, por cierto.

En resumen, estamos ante una película que cumple, por lo menos, mis expectativas. Que se aleja del típico melodrama chicha que tanto abunda en la realización local, que se esfuerza en armar una historia que podría competir fácilmente con lo que hace en Argentina o Brasil, grandes potencias del cine latinoamericano. Y a la que una nominación al Oscar no le caería mal. Nada mal. 



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